Muchos años antes de decidir que mi profesión yacería en el sector social, escuchaba frecuentemente a mi tía Raquenel mencionar la frase “no hay nada más caro en esta vida que ser pobre” sin tener idea a qué se refería con esta afirmación. Con el paso del tiempo comencé a percatarme de las fuertes, crónicas y hereditarias problemáticas sociales que aquejan a México desde su conformación como nación soberana y con ello también mi interés por hacer algo al respecto para alcanzar una sociedad más justa y digna para todos y todas.
A medida que fui avanzando en mis estudios de preparatoria y universidad, comencé a dimensionar cada vez más estas problemáticas de las cuales en mi infancia no era consciente. Entre más investigaba y entendía cómo funciona nuestra sociedad, su economía y distribución de recursos, terminaba por entender cada vez menos porque lo hacían de esta manera.

Empaparme de información respecto a cómo es la vida “allá afuera” para todos aquellos que no nacieron en un hogar privilegiado y entender que los hogares privilegiados no representan ni lejanamente el 10% de la población generaron conmoción en mi limitada comprensión.
No entendía (y sigo sin entender), cómo habiendo tanta abundancia de recursos en el mundo, es que hoy en día haya tan poca gente rica y tantísima gente en condiciones de pobreza. Me cuestionaba una y otra vez cómo a lo largo de la historia las desigualdades se han exponenciado hasta el punto en que el lugar en donde naces determina la probabilidad de que viviras una vida que constantemente se asemeja a un círculo vicioso, o con mucha suerte, un círculo virtuoso.
Nacer en situación de pobreza condiciona estructuralmente tu situación a futuro.
Si bien, nos han vendido la idea de la meritocracia y que “estudiar más”, “echarle ganas”, “no rendirse” y “luchar por tus sueños” son más que suficientes métodos para conseguir la estabilidad económica, esto termina por ser cada generación más falso e improbable que con la anterior.
Y esto debido a que hoy en día, la era de la humanidad con mayor riqueza acumulada es también la época con menor movilidad social que ha existido. En México aproximadamente 75% de la población que nace en situación de pobreza se queda en la pobreza por el resto de su vida, y el 25% que logra salir de la pobreza no se explica por “estudiar más” ni “echarle ganas”, sino por alguna variable o condición presente que logró marcar la diferencia. Por el contrario, más del 60% de la población que nace en el quintil más alto permanecerá ahí por el resto de su vida (CEEY, 2019).
Para quién nació en la comodidad y privilegio es fácil mantenerse ahí sin tener que “echarle ganas” siquiera, ya que el heredar un negocio familiar, conseguir un trabajo bien remunerado (gracias a la educación que sus padres le pudieron pagar) o los contactos que sus mismos círculos sociales les da acceso son parte de los beneficios que otorga haber nacido en el lugar indicado.
La mayoría de la gente no corre con la misma suerte por lo que debe nadar contra corriente bajo un sinfín de problemáticas que posteriormente serán la causa de otras tantas: Naces en la pobreza y recibes una educación básica con múltiples carencias que no te permiten alcanzar tú máximo potencial académico.
Deberás dejar la educación secundaria o media superior porque no hay dinero para cubrir los costos y ya debes ser un ingreso para el hogar, tendrás un trabajo con un ingreso insuficiente para cubrir las necesidades básicas y además estarás vulnerable a carencias sociales como la seguridad social, acceso a servicios médicos, aguinaldo y prestaciones obligatorias por ley.
Además, por haber comenzado a trabajar a corta edad y en un trabajo mal remunerado no podrás tener un importante salto salarial que permita cubrir los gastos mínimos y tendrás que vivir constantemente “al día”, endeudarte con una institución bancaria abusiva o algún prestador no autorizado con tratos turbios, vivir hambre o bien, acudir a opciones económicamente más atractivas a costa de tu vida, como robar, extorsionar, traficar drogas, entre otras opciones ilegales, y apostar a “todo o nada” a que generas bonanza en tu hogar antes de caer arrestado o incluso muerto. Simultáneamente, tendrás que mantener a una familia que nacerá en las mismas condiciones que tú o incluso con mayores carencias, y el círculo vicioso comenzará una y otra vez.
Yo me sigo preguntando, cómo es que hemos llegado a este punto en el que es más complicado salir de la pobreza por más que toda tu vida trabajes y busques dignificar tu vida a través del trabajo, que salir de la riqueza a pesar de no trabajar ni esforzarse simplemente por haber nacido en mejores condiciones.
¿No se supone que la meritocracia pretende distribuir la riqueza según los méritos de cada uno?
Cómo se pueden tener los mismos “méritos” si en la actualidad la vida económica se resume a la renta, su cobro por parte del capitalista y su pago de parte de los proletarios, y quien hoy tiene una propiedad de la cual cobrar es porque él o sus antepasados decidieron apropiarse de un bien público para hacerlo privado.
Es como jugar al Monopoly con 10 jugadores donde después de que los ancestros de cada uno haya jugado ya múltiples rondas (generaciones) y lo haya heredado sucesivamente. No parten desde el mismo punto inicial ni con el mismo efectivo para comprar propiedades. El más suertudo comenzó con todas las propiedades de los tres lados más caros del tablero a su nombre, con hoteles y casas establecidas que elevan sus rentas, los siguientes dos jugadores comenzaron con las dos propiedades más baratas del juego y se encuentran colgando de un hilo, mientras uno puede correr con suerte y adquirir otra propiedad de un valor similar al que tiene, el otro terminará por perder su propiedad por falta de liquidez para seguir manteniéndola y cubrir el resto de los gastos. Finalmente, los otros 7 jugadores carecen de propiedades, apenas tienen efectivo y juegan únicamente a rondar por el tablero hasta que llegue el momento inevitable de caer en alguna propiedad ajena y entrar en bancarrota.
Cuando se exige igualdad de oportunidades, no se exige que todos tengan lo mismo, sino que tengan la oportunidad de llegar a tener lo mismo. El propio Adam Smith, padre del capitalismo, menciona en su libro “La Riqueza de las Naciones” lo siguiente:
“La riqueza de unos pocos supone la indigencia de muchos”
Adam Smith, La Riqueza de las Naciones
Siendo México un claro ejemplo al tener grandes multimillonarios que incluso han llegado a ser “la persona más rica del mundo” mientras que el país tiene más de 50 millones de personas en situación de pobreza. Por lo que posteriormente señala:
“No es muy descabellado que los ricos contribuyan al gasto público, no sólo en proporción a sus ingresos, sino algo más que en esa proporción”, porque un impuesto sobre “los lujos y vanidades de la vida [que] ocasiona el principal gasto de los ricos … recaería en general más pesado sobre los ricos; y en este tipo de desigualdad, tal vez, no habría nada muy irrazonable”.
Adam Smith, La Riqueza de las Naciones
No obstante, en México son precisamente las clases sociales más bajas aquellas que pagan las tasas impositivas marginales efectivas más altas, incluso más del 100% por cada peso adicional ganado que aquellos multimillonarios, ya que estos últimos poseen distintas “estrategias fiscales” para eludir y evadir impuestos, incumplir con sus obligaciones fiscales. Una y otra vez, este juego amañado del Monopoly nos demuestra que no hay nada más caro en esta vida que ser pobre.