El 4 de agosto de 2020 la tarde de Beirut se detuvo en seco, un incendio en una de las naves del puerto culminó repentinamente con una explosión masiva, que cobró la vida de más de 200 personas, hirió a miles más y devastó todo lo que encontró a su paso. El desastre no solo cimbró la tierra, sino la ya de por sí débil estructura del estado libanés, cuya negligencia y corrupción han sido señalados como responsables del desastre. Hoy más de un año después, no se ha llevado a los responsables a la justicia, y crisis tras crisis Líbano se ha vuelto cada vez más frágil, pero la voluntad y resiliencia de los libaneses sigue demostrando ser inquebrantable.
Líbano ya se enfrentaba a una estrepitosa crisis política y financiera desde mediados de la década pasada, la pandemia solo vino a acrecentarlas. La explosión marcó el fin del gobierno en turno, tendría que pasar más de un año para que el 10 de septiembre las diferentes facciones del sistema político sectario acordaran formar un nuevo gobierno para atender el declive económico actual.
El panorama es complejo y las expectativas de que un nuevo gobierno pueda brindar una solución a cualquier plazo son muy bajas, ya que normalmente el gobierno suele ser parte del problema, no de la solución. El sistema político sectario heredado del fin del mandato francés ha probado una y otra vez ser un obstáculo para la estabilidad política y económica del país. Al buscar a cristianos maronitas, musulmanes chiitas y sunitas el efecto es el opuesto, clientelismo, corrupción y largos hiatos para formar un gobierno, como en 2018 cuando después de 9 años por fin se convocaron a elecciones parlamentarias.
A ello se le suma su complicado contexto regional, la crisis de refugiados huyendo de la prolongada guerra civil en Siria ha hecho que poco a poco Líbano limite la recepción de nuevos refugiados. Asimismo, los conflictos con Israel en 1982 y 2006 han mermado la infraestructura en el país del Levante, a la par que fortalecieron una entidad, que, podría decirse que opera paralelo al estado: Hezbolá. Es así cómo el Líbano se ha vuelto un bastión más del conflicto proxy entre Irán (principal sostén de Hezbolá) y sus adversarios (esto se puede profundizar en otro artículo).
Y es que el conjunto de crisis que hoy ha dejado a los libanes con apagones repentinos e intermitentes, peleas en las calles por la escasez de combustible, el desabasto de alimentos, y de medicinas en medio de una pandemia mundial que aún no termina, y una inflación que ya supera a la de Venezuela han puesto a prueba a ambas partes. Hezbolá gestionó junto con Irán la entrega de combustible al Líbano sin autorización del gobierno y bajo la amenaza de sanciones por parte de Estados Unidos. Por lo pronto, Israel ha decido hacerse de la vista gorda sobre el cargamento iraní.
El gobierno libanés se ha distanciado de dicha gestión mientras el primer ministro Najib Mikati intenta aprovechar el momentum creado por la consolidación del nuevo gobierno el pasado el 10 de septiembre. Sin embargo, los discursos sobre poner un fin a la crisis económica, recuperar el territorio controlado por Israel al sur del país, entre otras mociones, aún no se han concretado. Por el contrario, el descontento por el desabasto generalizado de productos y servicios básicos se incrementó con la suspensión de la investigación sobre la explosión en el puerto de Beirut, a finales de septiembre pasado, cuya víctima más reciente falleció el martes pasado de sus heridas.
Aunque la investigación ha sido reanudada (tras su segunda suspensión) familiares de las víctimas se encuentran exhaustos e impotentes ante un gobierno ineficiente y corrupto que no ha dado con los responsables más de un año después. Por ahora Hezbolá ha logrado desviar el descontento de ciertos sectores de la sociedad con el cargamento de combustible, mientras que el nuevo gobierno ahora tiene que lidiar con el escándalo de los Pandora Papers en los que aparecen los nombres del Primer ministro Mikati, y otros funcionarios públicos. Sin una solución a la vista, y con esfuerzos de la comunidad internacional que no logran permear lo suficiente, entre ellos una Francia que fracasó en su intento de liderar una solución sostenible y contrarrestar la influencia de otras potencias con intereses geopolíticos en dicho país, solo resta esperar, algo que muchas y muchos libaneses ya no están dispuestos a hacer. Mandamos mucha fortaleza a las y los libaneses.